Eran las seis de la tarde de un viernes como otro cualquiera cuando ella se propuso a decirle las última palabras: "Me voy y no quiero que me acompañes, no mereces a alguien como yo, has dado mucho por mi y no he sido capaz de agradecértelo todo este tiempo". Se levantó, cogió su abrigo y se fue. Él tras pagar la cuenta salió de también de aquel local sin querer volver a entrar nunca más, pensando en que iba a ser de él después de lo ocurrido. No volvería a cometer los mismos errores, que estaba cansado de dar siempre y no recibir nada a cambio.
A medida que se alejaba le iban llegando a su pensamiento ideas de por qué fue aquel día y no otro. Levaba un rato caminado a solas bajo la luz de las farolas, aquella noche estaba muy a oscuras, cuando se paró frente a una cristalera y se vio reflejado. Se preguntó que había hecho mal para recibir aquello. Él que siempre fue de palabras sonoras, de susurrarle al oído, de dar más que recibir; se encontraba sin razones para encontrar motivos de lo sucedido antes sentado en la mesa de sus cafetería favorita, aquella que tanto había ido con ella por las tardes y que siempre acompañaban con una buena taza de café.
Algunas cosas no tienen explicación y por más que se la busquemos no las vamos a encontrar, solo conseguiremos empeorarlas. Así fue, sonó a "Adiós" de para siempre, de no saber cuando sería la próxima vez que la viese, si la fuese a ver. Y como todo en la vida, "Tiene fecha de caducidad".
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